miércoles, 8 de febrero de 2017

Simon Petrikov



Nunca fui muy destacado en nada, a pesar de siempre haber tenido buena condición física, se me daban las artes, sobre todo escribir cuentos baratos que podía vender de cuando en cuando a algún periódico barato para rellenar columnas. No me iba del todo mal con ello.
Siempre me hacia protagonista de mis propias historias, ¿y por qué no? Después de todo a pesar de no ser bien parecido, había logrado partir dos o tres caras.
Para lo que si era bastante bueno era para la bebida, en algunos barsuchos de mala muerte que solía frecuentar, era común que lograra de cuando en cuando engatusar a alguna chica o incluso a algún tipo para procurarme bebida gratis.
En aquel entonces solía vivir en un apartamentucho rentado, nada fuera de lo común, un cuarto, una estancia una cocina y el baño más pequeño que podías imaginar, en momentos pareciera que podías lavarte los dientes, cagar y bañarte al mismo tiempo sin ningún problema.
Cierto día el periódico que solía comprar mis historias baratas me pidió con urgencia una historia nueva, para rellenar las columnas de la edición del lunes y claro, porque no pedírmelo en viernes, la borrachera tendrá que esperar.
Pase horas y horas enfrente de la máquina de escribir en la pequeña mesa de mi apartamento, la mesa, atestada de hojas arrugadas y ceniceros con colillas sin tirar, una botella de brandy acompañándome pero ninguna de esas cosas me daba ni la mas mínima idea de que escribir.
Me las había dado de ser el escritor que toda América esperaba y ni siquiera llevaba media cuartilla esta vez, claro solía blofear siempre sobre mi habilidad lirica así que no estaba de más.
De pronto una vieja película en la televisión blanco y negro llamo mi atención. Un loco asesino caníbal…vaya que original, pero eso me dio una buena idea, así que ajuste mis gafas redondas y tome el abrigo de la silla mientras me lo ponía y daba una buena bocanada de humo al cigarrillo que se balanceaba entre mis labios delgados.
Tome un taxi y me dirigí al St Claire, un viejo hospital psiquiátrico de Houston, justo en las afueras, apenas anochecía así que supuse que podría infiltrarme y ver a algún loquito que pudiera darme algunas ideas.
La recepcionista, una mujer flaca y nada fuera de lo común, con un gesto de amargura asistía los informes a quien llegara. Comencé a hacerle algo de platica, ni siquiera recuerdo que, boberías sobre el clima, y lo bella que lucía en ese uniforme de enfermera, lo cual no creo que haya tenido efecto, se notaba en su cara que no había tenido un buen polvo en mucho tiempo y honestamente yo no era materia tan dispuesta.
Le hable sobre mi trabajo y lo que me había llevado ahí y echando arte de mi labia logre convencerla de que me dejara platicar un rato con alguno de los orates que vivían internados en el hospital, no tarde mucho en convencerla después de prometerle ir al perro negro, bar de mala muerte donde yo era asiduo y se podía vivir un ambiente desenfrenado.
Discretamente me llevo hacia una de las alas del hospital, pidiéndome un par de dólares para el vigilante, a lo cual tuve que acceder, tal vez esa historia que se enmarañaba en mi cabeza me daría mucho más que eso pues podría incluso intentar publicarla si a alguien le gustaba, eso lo vería después.
Finalmente me llevaron a una habitación y me dejaron a solas con una paciente, una chica, demasiado bonita, me atrevería a decir que era la chica más bonita que había visto en años.
Tenía el pelo sucio y enmarañado, y una camisa de fuerza que le ataba los brazos, su cara estaba llena de cicatrices que se antojaban bastante viejas, sin embargo sus ojos color esmeralda eran un deleite a la vista, estaba descalza, sentada en un rincón de la habitación y  tenía un crayón de cera en la boca, con el que garabateaba cosas en la pared, generalmente círculos mal trazados, supongo que era bastante difícil lograr un circulo usando solo la boca.
Me acerque cauteloso intentando no alterarla, estaba seguro que un rato de platica con ella me ayudaría a crear algo bueno y me hinque cerca de ella, apoyando solo una rodilla en el suelo y saludándola como si se tratara de una vieja amiga, ella solo me miraba de arriba abajo guardando silencio.
Comencé a intentar sacarle platica y su mirada comenzó a hacerse de disgusto, incluso me siseo con los dientes un par de ocasiones.
“oye quieres ver algo lindo?” pregunto con una sonrisa de niña mientras usando las piernas se acomodaba frente a mí.
Porque no? Conteste mientras sonreía y miraba sus ojos esmeraldas, los cuales poco a poco juraría que se tornaron azules, luego me dijo “desátame” y por alguna extraña razón comenzaba a sentirme cada vez más cómodo, y sin saber porque simplemente obedecí.
Cuando logre desatarla estiro su cuerpo con los brazos hacia arriba, pareciera que sentía alivio de ser liberada de esas ataduras, y se retiro la camisa de fuerza poco a poco.
Se levanto juguetona tarareando una canción infantil y dando tumbos alrededor mío, yo estaba extasiado ante la visión, de cuando en cundo usaba sus manos para ceñirse la bata de hospital dejando al descubierto unas curvas bien delineadas, no tendría más de 20 años, era una lástima que una belleza así estuviera encerrada.
Finalmente cuando dejo de hacer su ronda en torno mío, se coloco al frente agachándose hacia mí y acercando su rostro, a pesar de estar tan cerca de mi no logre sentir su aliento pero aun así seguía hipnotizado por sus ojos, se llevo un dedo a la boca y de pronto, como si fuera un fantasma desapareció entre las sombras de la frágil luz tintineante de una bombilla con corto que medio alumbraba la habitación.
Aquello hizo que me fuera de bruces, girando la cabeza asustado en todas direcciones, su risa continuaba ahí pero ella no, carcajadas que sonaban más bien macabras me helaron la sangre, hasta que nuevamente y de sorpresa reapareció a un costado de mi con sus labios cerca de mi oído.
“cómo te llamas?” cuestiono mientras se hincaba para estar a mi altura.
-Simón, Simón Petrikov- respondí tímidamente mientras sus manos buscaban las mías, ella tomo una de mis manos entre las suyas, y luego soltándome bruscamente se arranco la bata, dejando al descubierto una piel blanca y suave, aunque demasiado pálida, volvió a tomar mi mano y se prenso de mi dedo índice, el cual mordió haciendo que un par de hilillos de sangre salieran recorriendo lo largo de las falanges. Ni siquiera sentí dolor, todo lo contrario fue una sensación extrañamente agradable que volvía a tranquilizarme, suavemente utilizo mi dedo para delinear una línea escarlata por en medio de sus senos llegando a su ombligo y aun continuaba riendo escandalosamente.
“me has soltado, eres buen chico, mereces un premio” dijo tiernamente mientras se acercaba a mí.
-Veras si pudieras contarme un poco sobre ti…veras soy escritor, y estoy trabajando en…- no pude terminar la frase, sus labios se prendieron a los míos y no tarde nada en responder y asirme a su pequeño cuerpo, poco a poco llevo su boca hasta mi cuello, recuerdo sentir el crujir de mi vena y sentir como el cuello y el cuello de mi camisa se humedecía por la sangre, ella parecía sorber el liquido que de mi salía y eso me provoco un extraño placer.
Desperté poco tiempo después en mi apartamento, confundido y con un dolor de cabeza espantoso, me mire al espejo, buscando la mordida pero no encontré nada, ni siquiera una marca, como era eso posible? Mi piel estaba pálida, no sé si fue producto de alguna borrachera o algo así , sobre la mesa, la vieja máquina de escribir, sin duda no era lo que esperaba pero parecía buen material aquella experiencia, que hora era? Ni siquiera tenía idea pero por las ventanas se notaba que era de noche, tome la silla y me senté en la mesa, dando un trago grande a la botella de brandy, mala idea. Lo siguiente fue un vomito sanguinolento a horcadas que inundo el suelo, en la máquina de escribir pude ver algo que no había hecho yo, una nota escrita con las teclas, manchadas de sangre.

“Bienvenido hijo mío, bienvenido a la noche eterna, hijo de Malkav!”

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