domingo, 19 de marzo de 2017

Masamune



En Japón, aun existen muchos lugares ligados a las antiguas costumbres, con todo y que es uno de los países mas modernizados del mundo, aun pueden encontrarse lugares, atemporales bañados en el misticismo de lo que fue aquel país en algún tiempo. Tal es la pequeña aldea montañesa de Gokayama, la cual pareciera haber salido de un cuento típico de aquel país oriental.
Una aldea distinguida por las casas con techados inclinados, los cuales sirven para soportar la abundancia de nieve en la región en los climas fríos, considerada una de las aldeas históricas más importantes del país, cuenta aun con un secreto mas allá de lo que a los turistas se les muestra, aun en esa aldea ha sobrevivido una parte de un otrora importante clan samurái, que aun sirve a su pueblo, protegiendo ocasionalmente de amenazas el lugar.
Contando con pocos miembros el pequeño clan, descendiente del legendario clan Haji, que a su vez descendían del guerrero legendario  kami Nomi no Sukune. Aun siguen con sus usos y costumbres escondidos en aquella región, sin haberse convertido completamente en Ronins o Yakuzas, estos leales guerreros, a su pueblo y tradiciones ha preferido servir a un nuevo amo antes de caer en la deshonra de convertirse en vulgares criminales o traficantes como el resto de los clanes a principios del siglo pasado.
Liderados y entrenados  por el anciano, Kōtoku un antiguo guerrero versado en las artes marciales de la espada y el arco, continuaba entrenando a un pequeño grupo, conformado por algunos veteranos y jóvenes novicios en el arte samurái, entre ellos un joven delgado, de actitud arrogante y cabello esmeralda, llamado Zoro, nacido en la aldea y que había probado entre otras cosas aptitudes para convertirse en un buen guerrero de la elite que algunos de los habitantes del pueblo llamaba “Los olvidados” en honor a que aun cuando muchos sabían de la existencia de este grupo en el pueblo y aprobaban su existencia, nadie los tomaba realmente en serio puesto que lo veían como algo demasiado anticuado que se rehusaba a morir.
Aun con todo los samuráis de Kōtoku, con un estricto sentido del deber y del honor, habían impedido en más de una ocasión que los Yakuzas organizados de aldeas o ciudades más grandes utilizaran la pequeña aldea montañesa como centro de redistribución para sus mercancías ilegales.
Siempre que aparecían Kōtoku y su elite aparecían, enfundados en oxidadas Yoroi con el anciano al frente, portando su arco y su katana desenvainada, mostrándose férreo ante los rivales.
Los Yakuzas muchas veces se habían burlado del anciano y sus estupideces, sin embargo en ninguna ocasión, aun usando sus armas de fuego habían logrado derrotar al grupo de los olvidados.
Zoro llevaba ya un tiempo entrenando con ellos, y a pesar de que se rehusaba a utilizar una Yoroi todo el tiempo como el resto de los guerreros, argumentando que le restaba agilidad en el combate, cuestión que le valía los regaños del viejo. Había logrado pasar todas las pruebas físicas, más no las de humildad. Las cuales le fastidiaban, pues según su creencia el poder y la habilidad con la espada lo eran todo, y valía más una espada afilada que un estúpido código de honor.
Kōtoku siempre lo golpeaba en la cabeza con un viejo Shinai de entrenamiento, cuando se ponía a discernir al respecto para luego colocar la punta cubierta en piel sobre sus sandalias al tiempo que contemplaba los arboles de Sakura, y como los pétalos de las flores de cerezo volaban con los vientos nevados, que venían, justo antes de cubrir el rosado de los arboles con un manto blanco.
Existe un filo, mejor que el de cualquier espada, Zoro, decía al tiempo que señalaba con el Shinai las estrellas. Es el filo de la voluntad, mientras nuestros hermanos de los clanes antiguos han desaparecido y convertido su voluntad al mal, o a convertirse en lacras, parecidas a lampreas que absorben lo que pueden para sobrevivir, nosotros seguimos en pie de lucha, con nuestro honor intacto, tal vez ya no sirvamos a ningún Shogun , sin embargo servimos a la aldea y a sus habitantes, que mejor Shogun que el pueblo mismo? Una voluntad férrea, un honor intacto, esos constituyen el filo más peligroso en una espada que el simple metal raspado con una piedra de amolar. El joven peliverde observaba las estrellas mientras escuchaba hablar al viejo, no es que desvalorara sus enseñanzas aun con todo a él también le parecían de cierto modo anticuadas. Aun con todo el chico apreciaba escuchar hablar al viejo maestro y sus enseñanzas, pero su carácter impetuoso y a veces frívolo prevalecía.
-Una espada afilada como la voluntad- se dijo así mismo mientras veía las estrellas, guiado por el shinai del maestro, y los pétalos de las sakuras volar libres al viento.
En los últimos meses, un veterano en el grupo, un samurái curtido llamado Fumio Akumeida, “el ciclope” por tener un solo ojo, ya que el otro lo había perdido en una batalla en las montañas cuando era joven. Había expresado su deseo de que el grupo colgara las armas como el resto de los clanes y se dedicara a cosas más productivas, al fin y al cabo la región era un punto clave y casi perfecto para mover mercancía ilegal, sobre todo con el creciente tráfico de turistas de diferentes partes del país y del extranjero. Sin embargo Kōtoku le dio una severa reprimenda, frente a todos, incluso frente a los más jóvenes del grupo recriminando que eso sería caer en la deshonra, de todos los clanes que alguna vez existieron portando el manto samurái, Los Haji eran los únicos que no habían caído en la deshonra de haberse vuelto criminales y seguirían así mientras él estuviera al mando. Así que unos días después sin aviso previo Fumio y un grupo de exploradores salieron para no ser vistos durante mucho tiempo.
Esto entristeció a Kōtoku, sin embargo continuo con el entrenamiento de sus guerreros, hacía varios meses que ningún Yakuza se había atrevido a desafiarlos nuevamente lo cual era extraño ya que no eran conocidos por darse por vencidos facilmente.
Cierto día, el maestro y unos cuantos jóvenes estudiantes habían salido a las montañas, a explorar las cercanías de la aldea en un ejercicio de entrenamiento común y corriente, zoro iba entre los guerreros que habían salido, todos estaban ataviados con sus armaduras completas y sus katanas colgando del cinturón.
Sin embargo Zoro que como siempre se había adelantado un poco del grupo a caballo, salió a la ladera de una colina desde la cual podía divisarse la aldea, y lo que vio hizo que su quijada se abriera completamente y sus ojos se convirtieron en platos, al contemplar diversas estelas de humo que salían de diferentes puntos de la aldea, varios incendios habían ocurrido y aun a esa distancia podían divisarse pequeñas detonaciones que daban paso a explosiones en otros puntos, Así que Zoro dio vuelta a sus riendas para volver sobre sus pasos en la nieve, alcanzando al maestro y al resto de los guerreros que iban con ellos, un total de 6 guerreros, sin contar al maestro y al propio peliverde, alertándolos de la situación, para cuando Kōtoku y el resto de sus guerreros regresaron a la ladera, podía verse la aldea casi destruida y por la altura podía divisarse varios jinetes rondando y saqueando el pequeño pueblo.
Sin más a la orden del anciano pusieron sus monturas a galope bajando por la colina nevada provocando que la nieve diera salpicones a su alrededor, para cuando llegaron a la entrada del pozo vieron nuevamente a aquellos Yakuzas que meses atrás habían insistido en ponerlos dentro de su familia de hampones.
-¿Qué es lo que ocurre aquí, que hicieron?- Espeto el anciano mientras desmontaba y echaba mano de su katana, apretando la empuñadura con fuerza, con los dedos flacos y huesudos, y con manchas en la piel.
-El grupo conformado por siete hombres, con trajes de color obscuro y cubiertos con pesados abrigos de pieles color marrón voltearon sin sorprenderse uno de ellos, el líder, un joven de cabellos negros y mirada penetrante se retiro unas gafas oscuras y miro de arriba abajo al anciano guerrero que parecía sacado de alguna película histórica, mientras sus hombres echaban mano por dentro de los sacos a sus armas de fuego, truco que casi nunca les había funcionado sin embargo era lo que acostumbraban hacer. Zoro ya tenía la espada dispuesta frente a su rostro y se colocaba a la izquierda de su maestro con rostro enfurecido.
El Yakuza al ver como sus hombres comenzaban a echar mano de sus armas hizo un ademan con las manos caminando al frente, luego echo las manos a los bolsillos y camino tranquilamente hacia el anciano.
-Kōtoku- dijo con tono impasible
-Ahira Wong….- respondio el anciano mientras desenfundaba su katana.- Que es lo que han hecho, están destruyendo el pueblo!- reclamo el viejo maestro.
-Nosotros? Porque no miras otra vez anciano.- respondio el hombre, un hombre con un traje negro, igual que su corbata, una camisa de un  blanco como el de la nieve que caía y un abrigo de piel sobre sus hombros, en el que no había metido los brazos.
De pronto de entre las pequeñas casas que humeaban un grupo de jinetes salía a trote con arcos en las manos y el grupo de samuráis hizo un gesto de sorpresa.
-Maestro Fumio?- cuestiono impresionado Zoro al momento de reconocer al grupo de samuráis que comenzaba a desmontar de sus caballos. Fumio se colocaba a la par de Ahira al tiempo que guardaba su katana.
-Maestro Kōtoku- asintió- que estás haciendo Fumio!
-Entregando este pueblo de mierda a el señor Wong, te dije que esto era lo mejor tu eres el culpable pudiste haberlo evitado si tan solo hubieras prescindido de ese código de honor estúpido.
-Estúpido?- dijo el anciano mientras levantaba la espada temblando de ira.
-Totalmente estúpido. Refunfuño Fumio mientras volvía a desenvainar.-los shogunatos terminaron hace siglos y tú te empeñas en que vivamos en siglos de glorias pasadas, los samuráis ya no existen y te lo voy a demostrar.
-Zoro tu y los demás encárguense de los jinetes de Fumio, creo que debo darle una lección a mi antiguo aprendiz. Indico el maestro.
-Pero….-Zoro no se atrevió a desobedecer y desenvaino su katana mientras hacia un gesto al resto de los samuráis de Kōtoku. Cargaban en contra de sus ex compañeros de armas.
-Creo que debemos dejar que los Haji terminen sus asuntos- dijo tranquilamente Ahira Wong indicando a los Yakuzas que se retiraran y dirigiéndose a su automóvil negro como su traje mientras sus hombres lo seguían. –Fumio! Te espero en la ciudad cuando termines tus asuntos para indicar como comenzaremos el trafico por esta aldea, al resto de los aldeanos extermínalos en cuanto puedas, re habitare esta aldea con mis hombres, quizás me quede una de las pequeñas casuchas para casa de descanso- tras decir esto uno de sus hombres empujo la portezuela del auto con cristales polarizados y todos subieron, entonces el auto hecho a andar por la vereda hacia la ciudad.
-No puedo creer que nos hayas vendido, donde está tu honor Fumio? – Lo vendí, por muchos dólares y ganancias a largo plazo anciano estúpido.- sin decir más cargo en contra del maestro y las espadas cantaron, el acero beso al acero retirándose una y otra vez, el anciano paraba un golpe tras otro. Mientras retrocedía algunos pasos, y luego de unos momentos se separaron para retomar el aliento. Fumio entonces se recoloco una máscara con forma de león que cubrió su rostro.
-Solo los cobardes usan esa mascara Fumio, no prefieres morir con honor mostrando tu rostro? Ni siquiera el suicidio ritual lavaría lo que acabas de hacerle a nuestro hogar- Dijo el anciano retomando su guardia.
-El honor no es nada anciano, tú solo eres un viejo idiota con añoranzas del ayer.- de nuevo el acero canto y las katanas sacaban chispas mientras chocaban y los guerreros se engarzaban.
En ese momento Zoro y sus compañeros  acababan con los últimos jinetes de Fumio mientras zoro victorioso quiso alzar su katana hacia su maestro, sin embargo su expresión alegre y victoriosa cambio al momento que miro la escena, el anciano había perdido su espada y su corazón era atravesado por toda la hoja de la katana de acero negro de Fumio, quien la encajaba copiosamente mientras la boca del maestro se comenzaba a inundar de sangre. Kōtoku volvió el rostro a Zoro mientras que le sonreía “la voluntad debe ser mas afilada que el acero Zoro, nunca lo olvides, afila diariamente la espada de tu voluntad” fueron sus últimas palabras mientras caía y se ahogaba en su propia sangre cayendo de espaldas mientras Fumio levantaba la espada triunfante.
-NO! MAESTRO!- grito Zoro y su grito de dolor retumbo por toda la montaña mientras sus compañeros sollozaban tirando las espadas a un costado y caían de rodillas.
-está perdido, el maestro ha muerto, deberíamos rendirnos a Fumio y los Wong- dijo uno mientras daba un puñetazo al suelo cubierto de nieve.
Zoro enmudeció un momento  sin embargo levanto la punta de la espada hacia Fumio mientras gritaba –Nunca!- y se lanzaba a la carga en contra del rufián quien con un solo movimiento de la hoja de su katana trozaba el acero de la espada de Zoro quien se detuvo mirando como su espada se partía en dos y desplazándose unos pasos hacia atrás. –Mi espada…no!- apretó los dientes mientras Fumio amenazaba su garganta con su espada uniendo los brazos en torno a la empuñadura poniendo la hoja en modo descendente hacia el obligándolo a arrodillarse.
-Y con esto, el legado de Kōtoku termina aquí y nace una nueva familia Yakuza, únete a mí y júrame tu lealtad o muere- amenazo Fumio y zoro bajo la cabeza su rostro era ira profunda, de pronto en un movimiento rápido de su mano izquierda, zoro atrapo con la mano desnuda la hoja de Fumio quien intento retirarla pero el joven peli verde parecía poseer en ese momento una fuerza sobre humana y por más que tiro de ella no pudo, la nieve alrededor de Zoro comenzó a derretirse en un charco sanguinolento por la sangre que le manaba de la palma de la mano mientras levantaba su mano derecha  en toda su extensión,  con la palma bien extendida, y los dedos juntos apuntando al cielo, por un momento la punta de sus dedos comenzó a destellar como si se tratara de acero vivo, y de un tajo usando el dorso de la mano partió en dos la espada que lo amenazaba, El otro samurái se retiro unos pasos asustado.
-Que es eso? Partió con su mano desnuda mi hoja como puede ser?-
-El acero no es más que eso, el hombre es el que mata, la espada es parte de uno mismo y de nada te sirve un acero afilado si no tienes una voluntad ardiente que lo dirija- replico el muchacho mientras se levantaba aun con la mirada baja, luego levanto el rostro y sus ojos destellaban y un aura de color verde esmeralda lo envolvía como si el mismo ardiera, Fumio noto como los copos que caían en su armadura comenzaban a derretirse instantáneamente como si el muchacho estuviera ardiendo.
-Esto podrá ser? No es imposible- grito Fumio aterrorizado mientras soltaba la ahora inútil parte de su espada que quedo en sus manos y se retiraba unos pasos.
Zoro comenzó a quitarse la armadura tirándola a los costados y andando lentamente hacia él mientras esa aura se incrementaba y el efecto de los copos resultaba igual sobre su cuerpo como si estuviera envuelto en llamas verdes. A Fumio le pareció ver como si un dragón enorme se dibujara detrás de el rugiéndole y se lleno de pavor.
-Parece que no escuchaste las palabras del viejo maestro jamás, una voluntad debe ser afilada como el acero que portas o no sirves de nada, ahora mis manos son de acero al igual que la voluntad que herede de Kōtoku.- Sin decir una palabra más el joven hizo un ademan de nuevo con el dorso de su mano mientras una energía recorría el tramo que los separaba y se paraba justo a la mitad del cuerpo del malvado samurái al cual se le partía la máscara junto con la armadura como si hubiera sido cortada por una espada mágica al tiempo que la sangre manchaba la nieve y este caía de rodillas, ya había muerto antes de caer completamente boca abajo en la nieve, que se teñía de rojo a su alrededor.
Días después el grupo de Samuráis velaban y hacían guardia en el cuerpo del maestro al cual habían enterrado junto con su espada, la cual se decía que era una espada sagrada. Luego encendieron una pira y lo cremaron mientras las llamas bailaban y el humo se esparcía por toda la aldea, todos los aldeanos comentaban que Kōtoku era un héroe y siempre los protegió, tarde se dieron cuenta de haberlo infravalorado.
-Zoro, ahora que haremos?- pregunto uno de los samuráis que habían quedado.-
-Zoro se froto el dorso de la mano, el no portaba su armadura, sino su ropa normal y se quedo en silencio unos momentos.
-Primero que nada, los “olvidados” seguiremos protegiendo estas tierras, los Wong no se atreverán a volver jamás, ahora tengo una espada sagrada en mi cuerpo, y la usare para continuar el legado de mi maestro, y espero que estén todos a mi lado-
El grupo de samuráis que quedaba lo había rodeado, y todos asintieron sonrientes a pesar del dolor de haber perdido a su guía.
-Y como llamaras a esa espada que habita en ti Zoro?- cuestionó otro de los hombres restantes.
Zoro medito unos instantes y luego sonrió, y levanto su puño el cual fue bañado con los rayos del sol que nacía en el horizonte, arrancándole unos destellos luminosos.
-Masamune!-

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