miércoles, 13 de septiembre de 2017

Amigos imaginarios en los adultos



La mayoría de los niños suelen tener amigos imaginarios entre los 3 y los 7 años. Incluso, las estadísticas reflejan que uno de cada tres niños tiene o ha tenido un amigo imaginario en algún momento de su vida.

Contrario a lo que se cree, tener amigos imaginarios en la infancia no es malo, más bien puede resultar muy beneficioso puesto que ayuda a los niños a desarrollar la creatividad, mejorar los procesos de comunicación, les brinda seguridad, se vuelven más empáticos y fortalecen sus habilidades emocionales puesto que cuentan con un “apoyo” aunque no sea real.

Ahora bien, regularmente los amigos imaginarios aparecen en la primera infancia como respuesta a distintos eventos traumáticos o no, por ejemplo, la llegada de un hermanito, ante el divorcio de los padres, iniciar en una nueva escuela, entre otras cosas; pero tienden a desaparecer cuando los niños logran socializar y establecer relaciones interpersonales con sus pares.



Pero, ¿Qué pasa cuando esos amigos imaginarios no desaparecen? En ocasiones, cuando el niño no ha logrado ajustarse a las diversas circunstancias de vida que lo rodean, o como respuesta a un evento traumático significativo o repetitivo, el amigo imaginario que ha creado continúa con él hasta la adolescencia, y en muchos casos incluso hasta la adultez.

Cuando el niño crece inseguro, y no desarrolla las habilidades emocionales de adaptación, es posible que continúe con este amigo imaginario, pues es una de las pocas cosas, o lo único que le brinda seguridad. ¿Pero qué tan positivo o negativo es tener un amigo imaginario siendo adulto?



Es cierto que probablemente todos nos hayamos encontrado alguna vez hablando con nosotros mismos. Casi todos los hacemos, es una forma de externalizar verdaderamente aquello que sentimos, colocarle palabras a esa emoción o sentimiento, verbalizar nuestros pensamientos y entenderlos un poco mejor.

Algunos incluso lo hacemos porque nos es más fácil reflexionar y analizar una situación de esta forma, para posteriormente poder tomar una decisión más acertada. Ahora bien, hay una diferencia significativa entre ser adultos y hablar con nosotros mismos, y ser adultos y tener un amigo imaginario.

El continuar teniendo amigos imaginarios en la adultez, dependiendo del caso, probablemente nos hable de carencias afectivas o necesidades que en su momento no fueron atendidas. Puede también ser un indicio de dificultades para establecer relaciones reales, ansiedad, temores e inseguridades, o dificultades de adaptación.

Independientemente del caso, el tener un amigo imaginario en la edad adulta, es un hecho que amerita especial atención. Porque, aunque en algunos casos pueda ser algo inofensivo, en otros puede ser una señal de que algo no anda del todo bien.

En este sentido, la situación se complica un poco más, si la persona no logra establecer relaciones reales, no hace contacto, y no tiene amigos verdaderos reduciendo su mundo social únicamente a sus amigos imaginarios.

Incluso, cuando estos amigos imaginarios tienen por así decirlo, un nombre y personalidad propia, y la capacidad de influir en la conducta del adulto, es cuando más atención se le debe prestar, y cuando se hace sumamente necesario buscar ayuda profesional, porque podemos estar frente a una posible psicosis.

Sea cual sea el caso, el tener amigos imaginarios en la infancia no suele ser negativo, ya que es un proceso normal porque el atraviesan más niños de los que se cree, e incluso les ayuda y brinda herramientas para adaptarse a su entorno.

Pero cuando estos amigos imaginarios continúan o aparecen en la adultez, como resultado de eventos traumáticos o no, es necesario revisar qué pueda estar pasando con esa persona que siente tal necesidad; y acudir a un especialista que pueda tratar dicha sintomatología, profundizar en el tema, y brindarle a la persona las estrategias que necesita para reajustarse al mundo real.

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