jueves, 27 de octubre de 2016

Hola a todos....
Hace no mucho ni poco tiempo, recibí la invitación de el amo y señor de este sitio; y mi amigo de más años de los que podrían creer, para escribir en este espacio; al principio pensé ¿quién podría querer leer mis pensamientos?
Ni siquiera hablaremos de la respuesta...tarde, pero aquí estoy.
Me gustaría resaltar que por lo menos en lo que yo escriba encontrarán de todo, mi mente brinca de un sitio a otro, de un sentimiento o pensamiento a otro constantemente, incluso en sueños (!sobre todo en sueños!); pero creo que no están tan fuera de foco con eso...
En fin para cerrar este inicio, les dejo un texto que tiene casi tanto tiempo de escrito como mis lazos con Neferth....y muy poco de leído.

La habitación
Otra vez ha oscurecido y la luna toca la ventana formando su habitual cuadro melancólico.
Así, descubro que ya es hora.
El paisaje poco a poco se revela y todo comienza a resultar nuevamente tan familiar.
Las flores marchitas en ese deslucido jarrón dan un toque fúnebre a la escena, me recuerdan todo lo que un día quise y que he perdido, lo efímero que llega a ser todo a lo largo del camino y la forma en que nunca lo olvidamos; pero pronto algo me distrae y me saca de la sutil reflexión...es ese aciago reloj que me aturde con su resonar amargo y lento, tic toc, amargo y lento, aunque de pronto se torna
tan apresurado, tan mordaz; casi doloroso.
Mi vista se fija en ese mueble que tanto empeño puse en conservar, me dirijo y lo observo, aspiro en calma y percibo su olor a húmeda madera, lentamente deslizo los dedos sobre los toques que el tiempo ha puesto sobre ellos hasta rozar con los cajones, el de la izquierda, guarda mis pesadillas y el derecho es asiento de lo bueno que hay en mí; pero a éste casi siempre lo descubro vacío; da igual, la ausencia de virtud no es garantía de maldad y mi corazón va en calma aferrado a esa premisa.
Dando un punto de atención al entorno veo que esas opacas paredes, que en algún momento de la historia pudieron ser blancas pero ahora muestran miles de rostros atormentados, agudos, en pena, resentidos y hasta crueles; con esas molestas telarañas por todas partes, que sólo aumentan aumentan el toque tétrico.
En un intento por deshacerme de esa escena, doy vuelta, pero descubro mi reflejo y todo lo demás se nubla, me miro con curiosidad en ese opaco espejo, intentando adivinar mi futuro, entender este momento para que se revele el siguiente...sin darme cuenta me señalo y en esa acción surgen mis demonios, me atacan y acusan, reprochando a mi Ser mortal y acusando el hecho de no habitar en las tinieblas, apuntan mi fé de aferrarme a lo terrenal, de vivir por pensamientos
y no por instintos, de sentir dolor...pareciera que hay guerra de humanidad en mi interior.
Acepto el ataque y volteo...una línea cínica asoma en mis labios al descubrirme en esa cama, antigua como todo ahí, como el espacio mismo, me observo e intento sondear en lo más siniestro de mis pensamientos buscando siempre el "¿qué sigue?", pero acabo por rendirme, recordando que ya no soy dueña de ellos.
Y ahí frente a mi cuerpo, en ese segundo, es entonces cuando entra en mi el deseo de terminar para siempre con esa respiración, de apagar esa luz que brilla en ninguna parte y que ya podría bien descansar, tal vez si lo acabo ahí, pueda renovar mi ser en otro lugar.
Con esa idea me acerco lenta y tranquilamente, estudiando el momento a detalle...casi disfrutándolo; pero cuando estoy a punto de tomar ese frágil cuello entre mis manos, escuchando cada latido, percibiendo ya el calor que emana, el inmisericorde tañido de una campanada en ese infernal reloj, me hace abandonar mis incomprensibles intenciones
 Abandono el trance para mirar por la ventana y descubrir que el sol está a punto de renacer, y el primer vuelo de pájaros me recuerda que yo debo hacerlo con él; un tierno rayo ilumina la nívea pared y se corona sobre esas flores que ahora lucen un vivo carmesí.
Es entonces cuando como cada noche, pierdo una parte de mi para poder resurgir con el día;  sé que todas esas partes se mantienen vibrando en algún espacio, anhelando siempre el manto nocturno, para seguir escribiendo el apocalipsis de mi astral subconsciente.
El sol por fin a terminado de salir y esa última campanada, es el último aviso de que de nuevo debo despertar.


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