El Yomi es el inframundo del sintoísmo, la antigua y mitológica religión de Japón. No es un lugar de castigo al que van los malvados, sino el lugar en que habitan los muertos en general. Allí, en el Yomi, la oscuridad perpetua impera en compañía de horrendas criaturas y un ambiente de descomposición.
“Yomi” o ”Yomi no kuni” es la forma con que comúnmente se conoce al inframundo de los muertos en el sintoísmo, la antigua religión de Japón y actualmente la segunda (con aproximadamente 67 millones de seguidores) más importante después del budismo, el cual empezó a desplazar al sintoísmo (sincretizándose ligeramente en medio del proceso) tras su llegada a Japón en el siglo VII.
Literalmente “Yomi” significa “Manantial Amarillo” o “Manantial Sulfuroso”, mientras que “Yomi no kuni” sería “La tierra de Yomi” o, de forma no tan literal, “El país de Yomi”. La naturaleza exacta del inframundo que representa el concepto de ‹‹Yomi›› es no obstante algo problemático, ya que el sintoísmo es una religión primitiva en que la formulación de las creencias es dada esencialmente a través de mitos simbólicos (principalmente expresados en el Kojiki, el libro sagrado más antiguo e importante del sintoísmo), tales como el del descenso de Izanagi al Yomi para buscar a su esposa Izanami, mito éste que es el elemento primordial en la configuración de la naturaleza del Yomi. Pero a pesar de esa problematicidad el Yomi tiene rasgos que el mito presenta con claridad: 1) es un lugar oscuro, una tierra de sombras, 2) está lleno de una impureza que es consustancial a la descomposición asociada a la muerte, por lo que el contacto con lo vinculado al Yomi requiere purificación, 3) está marcadamente separado del mundo de los vivos, 4) está habitado por humanos que murieron y por criaturas horribles y seres míticos, 5) no es un lugar de castigo y tortura, no tiene vinculación con ningún tipo de juicio de las almas, 6) pese a su oscuridad, el Yomi no es tan distinto de la Tierra ya que hay árboles, hay un palacio y sus habitantes comen (esto al menos en el nivel literal del mito, ya que probablemente esa comida es simbólica).
El mito del que nace la idea del Yomi es el de la pareja divina Izanagi e Izanami, quienes fueron el primer hombre y la primera mujer, respectivamente. Así, cuenta la historia mítica que los primeros dioses convocaron a Izanagi e Izanami para que se encarguen de la creación de la primera tierra, por lo que les dieron a la enjoyada Amenonuhoko, la “lanza de los cielos”, gracias a la cual podrían arar y realizar otros procesos necesarios para la creación.
Lo primero que Izanagi e Izanami hicieron fue agitar el agua (que en teoría representa al magma) para crear a la isla Onogoro, después bajaron a la isla, crearon la columna celestial Amenomihashira y, alrededor de esta, levantaron el palacio Yahirodono.
Una vez que ya estaban tranquilos en el palacio, Izanagi le propuso a su hermana Izanami procrear hijos: ‹‹Luego, cuando preguntó [Izanagi] a su hermana menor Izanami no mikoto: “¿Cómo está formado tu cuerpo?”, ella contestó: “Mi cuerpo se hace y se hace, pero hay un lugar que no acaba de hacerse”. Entonces dijo Izanagi: “Mi cuerpo se hace y se hace, pero hay un lugar que se hace en exceso. ¿Qué te parecería si metiera el lugar de mi cuerpo que se hace en exceso en el lugar de tu cuerpo que no acaba de hacerse y generáramos países?”. Izanami respondió: “¡Será bueno!”. Entonces dijo Izanagi: “En tal caso, tú y yo daremos una vuelta a esta Augusta columna Celestial y nos encontraremos y nos uniremos conyugalmente”. Juraron hacerlo, y él dijo: “Ve tú hacia mí por el lado derecho y yo iré hacia ti por el lado izquierdo”. Anduvieron alrededor de la columna según lo prometido, e Izanami no mikoto habló primero: “¡Oh, qué buen muchacho!”. A lo cual Izanagi contestó: “¡Oh, qué buena muchacha!”» (Nelly Naumann, Antiguos mitos japoneses).
Fruto de la copulación anterior nacieron dos hijos fallidos: Hiruko (Infante del Agua) y Awashima (Isla de Burbujas). La pareja, frustrada, abandonó a los dos engendros y fue a consultar a los dioses celestiales de la Alta Planicie, quienes dijeron que los hijos habían salido mal porque, en el ritual de apareamiento, la mujer (Izanami) había hablado primero…
Tras escuchar la explicación de los dioses supremos, Izanagi e Izanami volvieron a efectuar el apareamiento pero de forma correcta, dando como resultado el nacimiento de los ocho hijos-islas que conformaron el “Gran País de las Ocho Islas” (Japón). Después crearon a seis islas más, a 31 divinidades (que representaban ríos, árboles, viento, montañas y otros elementos naturales) y a la gran diosa Ohogetsu-hime no kami, la “Gran Princesa de la Alimentación”.
Pero poco después, tras finalizar la creación de “todo lo demás”, Izanami parió a Kagutsuchi no kami, el dios del fuego. Consecuencia de ese parto fue que sus genitales se quemaran y ella se enfermara terriblemente, originando en medio de ese malestar a las siguientes divinidades: el dios y la diosa de las montañas y minerales, nacidos de sus vómitos; el dios y la diosa del barro, nacidos de sus heces; la diosa del agua y la “Fuerza Activa divina y joven de la Procreación”, nacidas de su orina. Luego de esos partos Izanami muere e Izanagi llora profusamente, originando con sus lágrimas a la diosa del llanto.
Furioso con su hijo Kagutsuchi (el dios del fuego), Izanagi lo decapita con su espada y lo corta en ocho pedazos, causando con esto el surgimiento de ocho dioses a partir de la sangre de Kagutsuchi y otros ocho más a partir de los ocho pedazos en que lo descuartizó.
Después del sangriento acto de venganza Izanagi entierra el cadáver de su esposa cerca de Izumo y se decide a buscarla en el País de las Tinieblas (otro nombre para el inframundo representado por “Yomi”), ya que sabía que Izanami no había dejado de existir sino que se había transformado en una habitante del Yomi.
Allí, en las tinieblas del Yomi, Izanagi intenta convencerla diciendo que han dejado la creación inconclusa, pero Izanami le reclama que ha tardado demasiado y que ella ya ha comido el alimento de los muertos, por lo que su estado es irreversible. Sin embargo Izanami acaba cediendo pero advirtiéndole que, la aprobación para su regreso por parte de los dioses del oscuro palacio del Yomi (ella estaba viviendo en ese palacio), será únicamente posible si él la espera afuera del palacio mientras ella se cambia y se prepara para regresar al mundo de los vivos. Izanagi acepta la condición pero el tiempo pasa y pasa e Izanami no sale de ese palacio en el que ningún vivo ha entrado jamás. Entonces finalmente pierde la paciencia y toma la resolución temeraria de usar su peineta como antorcha (quemándole un diente) para entrar y ver qué se oculta en la oscuridad absoluta en que moran aquellos misteriosos muertos.
Lo que ve lo aterra: allí, sin vestimentas, el cuerpo antiguamente bello de su esposa luce como un asqueroso cadáver en el que brotan por doquier los blancos gusanos. Furiosa, Izanami lo acusa de descubrir “su verguenza” mientras de sus pechos caídos y de sus cabellos reducidos y puercos brotan las divinidades del trueno.
Según se piensa, esta parte de la historia tiene dos aspectos que se han representado simbólicamente en los mitos de muchas culturas: el primer aspecto se manifiesta en el hecho de que los cambios de estado sucedidos a Izanami representan la vida y muerte de los seres humanos y, por extensión, los ciclos de creación y destrucción de la Naturaleza; por su parte, el segundo aspecto muestra la convención épica (presente, por ejemplo, en el mito griego de Orfeo y su viaje al inframundo en busca de Eurídice) de la catábasis, según la cual un personaje heroico ingresa al inframundo (representado más que nada en el palacio del Yomi) para buscar conocimiento o cumplir cierta prueba o misión.
Volviendo a la historia, tras la impactante visión Izanagi escapa aterrado mientras lo siguen las horrendas mujeres del inframundo. De ellas se libra lanzándoles los dientes de la peineta de su moño derecho, puesto que éstos se transforman en bambú que las mujeres putrefactas devoran ávidamente. Pero tras de eso entran mil quinientos guerreros y los Ocho Dioses del Trueno, enviados todos por Izanami para perseguir a su marido-hermano. Al igual que con las mujeres del inframundo, Izanagi se libra de estos persecutores con un elemento agrícola: tres melocotones. De ese modo, estando al pie de la “Pendiente Lisa de las Tinieblas” Izanagi les lanza los melocotones y sus perseguidores emprenden la huída. Agradecido con los melocotones, Izanagi exclama con solemnidad: “del mismo modo que me habéis socorrido a mí, socorred a todas las personas visibles de este País Central de la Llanura de Juncos cuando estén cansadas y se hallen en dificultades”. Como bien han dicho los estudiosos, los perseguidores representan a la muerte y, el hecho de que Izanagi se haya salvado dos veces con elementos agrícolas, manifiesta la exaltación de la agricultura que en tantas sociedades agrícolas se da a través del relato mitológico ya que, evidentemente, es este su medio primordial para sobrevivir y escapar así de la muerte al igual que Izanagi…
Por último y viendo el fracaso de sus enviados, la propia Izanami persigue a su marido pero éste ha tomado ventaja y, pese a la rapidez de ella, logra alzar una inmensa roca y bloquea con ella la Pendiente Lisa de las Tinieblas, único puente entre el mundo de los vivos y el de los muertos. Así y como nadie más que Izanagi podía levantar esa roca, Izanami se rindió y el mundo de los muertos quedó irreversiblemente separado del mundo de los vivos.
Ambos se quedaron entonces frente a frente, con la gran roca entre los dos. En ese momento Izanagi dijo que pronunciaría la fórmula de divorcio e Izanami lo amenazó diciendo: “Mi querido esposo, si lo haces, cada día ahogaré mil cabezas de la hierba humana de tu país”. Pero Izanagi respondió en estos términos: “Mi querida esposa, si lo haces, construiré cada día mil quinientas chozas para el parto”.
Una vez que Izanagi pronunció la fórmula de divorcio, Izanami se transformó en la Gran Diosa de las Tinieblas. Se ve así que este punto del relato mítico es clave ya que el País de las Hierbas Humanas (la Humanidad y el mundo) pasa a ser potestad exclusiva de Izanagi, quien se encargará de dar vida mientras que Izanami se encargará de quitarla… Por ello esta parte del mito es la que imprime con más fuerza la dualidad del ciclo vida/muerte y, nuevamente y al igual que en muchas otras culturas, aquí observamos que lo femenino (Izanami) queda asociado a la muerte y a la oscuridad (por ej., el arquetipo universal luna/noche es femenino) mientras que lo masculino (Izanagi) a la vida y a la luz (por ej., el arquetipo sol/día es masculino).
Finalmente el relato acaba con el baño de purificación que Izanagi se da, en el cual surgen doce nuevas divinidades de las ropas que se quita y catorce de la inmersión de su cuerpo en el río.
De suma importancia es aclarar que Izanami no es ninguna divinidad castigadora, cosa esta perfectamente concordante con el hecho de que el sintoísmo no es una religión que establece premios y castigos post mortem. En cuanto al baño de Izanagi en el río, al igual que en otras religiones en el sintoísmo el agua es un elemento de purificación; concordantemente con eso, sumergirse en el río lo libra de la impureza que asumió al entrar en contacto con la muerte (impura en tanto que generadora de descomposición), pero también y esto es aún más importante, lo libera de la culpa que contrajo al ser corresponsable (por haber incumplido la condición de no mirar) de que la muerte (a través de Izanami) haya cobrado un rol activo en la existencia humana.
El largo relato mitológico que se ha expuesto fue la piedra angular de lo que por siglos han creído los sintoístas en torno al Yomi. Con la llegada de concepciones chinas y budistas las creencias sobre el Yomi fueron variando ligeramente solo que, en virtud del sincretismo, se fue perdiendo gradualmente el elemento sintoísta al punto de que, una vez introducido el budismo en Japón, “Yomi” pasó a ser solo un término para nombrar una región del infierno budista, dándose así una separación entre la palabra y la idea originalmente representada.
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